Aficionados como somos a los estereotipos y conceptos enlatados, conviene insistir en la importancia de detectar el proceso de aprendizaje para llegar a esa «pluralidad de modelos posibles» sobre la que reflexionaban José Manuel Sande y Juan Freire.
Siempre empeñados en descubrir lo nuevo como si fuera un cambio paradigmático en lugar de una sucesión, una herencia o continuación histórica de la que podríamos aprender, pensar la ciudad se ha convertido en un lugar propicio para situar términos que aspiran a dar coherencia a cambios y sucesos que alguien necesita darles unidad.
Esta pasión por crear términos programáticos (las ciudades utópicas) o diagnósticos ha sido constante y en los últimos tiempos se ha acrecentado. Llegaron (¿y se fueron?) las ciudades creativas, llegaron (¿dónde están?) las ciudades inteligentes y llegan ahora las ciudades colaborativas.
Sharing cities es el penúltimo término que busca darnos un marco coherente para explicar los ultimísimos cambios en la vida urbana. O la contextualización en el espacio urbano de un término más asentado como el de la sociedad colaborativa. Un término este que ha creado tanta tendencia como confusión, y que trata de explicar al mismo tiempo demasiadas cosas (y no todas necesariamente colaborativas). Por ello, las ciudades colaborativas aún necesitan explicarse mucho.
Extracto de la reseña de Manu Fernández sobe el libro «Sharing cities» vía Julen Iturbe.