Como decía también Baudelaire: «la ciudad cambia más deprisa que el corazón de sus habitantes«.
En una suerte de celebración mutante, la llegada del solsticio de verano ha conocido innumerables fórmulas a lo largo de miles de años. A pesar de ello, su esencia ligada al fuego y la quema consiguió mantener su carácter, y ni siquiera su institucionalización fue capaz de borrar su espíritu popular, aunque en casos como el coruñés en las últimas décadas la masificación en torno a las playas relegara el entrañable peso de los barrios.
San Xoán es una festividad popular: incluso desde el imaginario cristiano es la única ocasión en que se celebra un nacimiento y no un martirio. Pero es, en esencia, la celebración de un nuevo comienzo, el segundo del año, el que marca el tránsito hacia el invierno en una eterna alabanza al fuego.