La realidad es siempre el punto de partida. O nos inspira para contar historias o nos impulsa a la evasión para imaginarlas. Y dentro de esa realidad, vivida o inventada, el eje central siempre son las personas, incluso cuando están ausentes.
Nuestro interés por los mecanismos narrativos que exploramos con este proyecto no es nuevo porque ya en 2012 debatíamos sobre la ficción de las categorías y los límites del género en el cine.
La resolución del binomio realidad/representación (maniqueísmos que olvidan los infinitos puntos de vista) ha sido una constante en el debate del documental como género, pero también su motor de desarrollo. Porque no se debe olvidar que el cinematógrafo comenzó recogiendo la realidad hasta que se fue descubriendo a sí mismo para otra cosa: contar historias.
Durante los primeros años, la mayor parte de las películas que se rodaban eran temas de actualidad o noticiarios, es decir, el mundo cotidiano era suficiente para provocar asombro. Pero las novedades se gastan y empezó a surgir el paisaje, lo exótico, la narración épica, lo bélico… la ficción. Es decir, cuando abandona sus orígenes surge el documental como género, pero ya estigmatizado por una problemática doble presunción: la de definirse por oposición al cine de ficción y la de configurarse como una representación de la realidad.
Pero para contar algo se enfoca, se adopta un punto de vista, se extracta, se recrea un fragmento del mundo o se crea algo “para la pantalla”. ¿O todo al mismo tiempo? ¿Hasta qué punto se debe dirigir la mirada del espectador?
El debate teórico que no cesa sobre las categoría y límites de los géneros parece ya un poco desfasado porque, al final, lo que importa es el poder del relato.